Suelo oír comentarios sobre un cierto resurgir de la cocina burgalesa. Sobre una especie de chispeante presente en el que pasan cosas. Y eso es raro porque en nuestra provincia raramente pasan cosas con raíces. Solemos estar acostumbrados a un cierto “escaparatismo” político, artístico y cultural y se apuesta por que los proyectos tengan buen aspecto aunque no tengan alma, ni estructura, ni profundidad suficiente. Nos suelen colar siempre apariencias o sombras de lo que las cosas deben ser.
Esa tendencia está respaldada por la falta de talento de gestores públicos o privados. Al fin y al cabo crear cosas complejas y sostenibles en el tiempo hacen ganar los mismos puntos, o más, que crear proyectos vacuos. Pero si se piensa sólo en marcar el tanto del día en el Diario de Burgos el resultado es que pasan los años sin nada consistente en nuestro panorama provincial.
En esta sensación de desgaste y perdida habitual de recursos, aparece un grupo de cocineros, y hosteleros, que tienen talento. Un talento desbordante porque están viviendo la mejor época de la gastronomía española, que está reforzada por la creatividad y la libertad. Es el sector cultural-económico más activo y deslumbrante del momento.
Así, Saúl Gómez, y familia, son uno de esos elementos chispeantes que crean ilusión. El talento de Saúl hace que comer en Blue Gallery sea emocionante. En el nuevo local, Saúl apuesta por poner encima de la mesa parte de ese movimiento nacional con sus propias apuestas y con platos a la manera de otros que nos hacen transportarnos a restaurantes punteros. De esos mismos restaurantes hay que aprender también en la manera de servir, de ser atendido, y de ser sorprendido en la propia sala.
La apuesta del Blue Gallery sigue siendo humilde y grandilocuente, serena y desbordada, sencilla y soñadora. El esfuerzo va en ello. Enhorabuena por haber podido mantener el sentido profundo de nuestra gastronomía contemporánea.
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