El curso superior de Sumiller profesional nos ha tenido entretenidos entre marzo y noviembre de 2011. Ha sido estupendo. Lo ha sido porque nos hemos encontrado entre personas cordiales que querían saber más sobre vinos. Yo me he divertido entre los compañeros del curso como no lo hacía desde hace al menos 15 años. Ese espíritu desenfadado ha hecho posible conocernos entre todos. Así, la cena en la que celebrábamos el final feliz fue una fiesta.
Creo que hay un grupo de profesionales de la hostelería burgalesa que pueden formar una “generación” en el que la colaboración, y la competencia sana, haga que el conocimiento general sobre los vinos burgaleses y del resto del mundo sean disfrutable entre todos. Me refiero a que el vino y sus peculiaridades no se suele conocer por cualquiera. Y es un mundo complejo pero sencillo al fin y al cabo. Los que tienen la posibilidad de trabajar con él todos los días pueden hacer disfrutar a los clientes que quieran entrar en el juego de aprender comiendo y bebiendo en los restaurantes y barras.
Queda claro que los grandes vinos y los humildes son productos artesanales y se inician por una materia prima que está expuesta condiciones no del todo controlables por el hombre. El resto se basa en una técnica o tecnología de elaboración en la que también aparecen vicisitudes ocasionales. La crianza remata un proceso y cuenta con sus inseguridades. Por ello no es lo mismo consumir un vino que una coca cola. Mejor dicho, no es lo mismo la historia que hay detrás de un determinado vino y su color, olor y sabor que el de un producto industrial.
Pero para contar esas historias necesitamos intérpretes. Necesitamos que nos cuenten las peculiaridades de cada vino y su valor potencial. Más allá de la antigüedad de la viña, las cualidades de cada tecnología o la calidad y procedencia de las barricas, cosa que nos cuentan los enólogos repitiendo casi siempre las mismas potencialidades de vinos completamente distintos, nos interesan los relatos.
Dichos relatos tienen que ver con la bodega y las personas que hay detrás, con el terreno, con lo que se puede “ver” en cada vino de manera que todos vayamos cogiendo un bagaje cultural que nos haga más sabios. Cada vino tiene su cuento y a todos nosotros nos gustan las buenas historias.
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