En esta sociedad en la que los filósofos toman posiciones en universidades juntando cuatrienios; los antropólogos, filólogos, humanistas y otros intelectuales se limitan, también, a dejar pasar la vida en despachos más o menos grandes pensando en vacaciones y congresos, se echa en falta a los Diógenes o Sartres de nuestro momento.
No disponemos de gente crítica y no disponemos ni siquiera de gente creadora de nuevas ideas. Tenemos un legión de intelectuales asalariados que no emiten pensamiento alguno que sea utilizable para una sociedad vapuleada y huérfana.
En este clima de encefalograma plano crítico-intelectual donde nadie se mueve, los cocineros ponen en marcha jornadas gastronómicas en la que expresan su manera de ver el mundo a quien quiera probarlas. Jornadas de todo tipo son expresiones personales, o de equipo, de esos profesionales, antes olvidados, que son los únicos con cojones para mover el árbol. Es cierto que su mensaje no es fácil de entender y su crítica se diluye entre sabores y vinos. Pero no es menos cierto que su ejemplo cultural debe ser tomado en cuenta. Apuestan por la originalidad, la variedad, la multiculturalidad. Apuestan por lo contemporáneo y las raíces, por los sueños y sus animales.
En todo este panorama la cocina actual, la de Ferran Adrià, y los que pueden imitarle correctamente creando sus propios mensajes. Burgos necesita a Nacho Rojo, a Antonio Arrabal, a Isabel Álvarez, a Saúl Gómez, a Carlos Alfaro, a Agustí Gebellí, a Alberto Molinero, a Valentín González, José Luis García y a varios más (véase siburita.com); es decir a toda esa gente que consigue consistentemente poner mensajes encima de la mesa de manera coherente y radical (de raíz). Son los elegidos para no defraudar en una revolución cultural única, la primera en la que los filósofos de cabecera, de nuestra época, se han quedados ausentes.
Las jornadas de la Galería, las decimoterceras, transmitían esa tensión del creador consciente de sus cualidades y que trata de tú a tú a sus comensales a los que les enseña mensajes complejos. Nacho Rojo, como autor, nos trata como a iguales como pasa ni más ni menos que en los mejores libros u en las mejores películas. Sus platos son consistentes, audaces, autónomos y creativos. Que los de los cuatrienios tomen nota.
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