La boda de Nacho Rojo fue un gran momento. Que una persona te invite a su boda puede ser un chasco. En este caso sentí mucho orgullo de poder compartir con él ese momento. Según vamos cumpliendo años es más difícil encontrar nuevos amigos y que, además, Nacho me conozca por mi trabajo (y el suyo) hizo que me emocionara su invitación. También que su calidad como cocinero sea desbordante y tenga un reconocimiento nacional me aupaba en la idea de que nuestro trabajo, el de la revista Siburita, también está a buena altura. Pero la conexión personal en este caso ha sido franca, sincera y fácil.
Nacho representa un tipo de cocina desbordada y exuberante. Los platos que lleva a los concursos tienen decenas de productos y múltiples técnicas culinarias. Son una explosión creativa. Siempre me sorprenden los títulos de sus platos salpimentados con mucho humor. Así lo entiende él y es lo que quiere hacer. Su trabajo diario también es desbordante y su esfuerzo en las cocinas de La Galería es muy alto. Su humildad a la hora de enfrentarse a cada reto, a cada concurso, nacen de cientos de horas de desgaste fuera del horario laboral. Es genial y muy currante.
Todos los que le conocemos sabemos que él es cocinero. Me refiero a que es su vocación y su vida. Por eso tenía cierta duda sobre los platos que nos presentarían en el banquete. La Galería también dispone de un equipo de sala, capitaneado por Iñaki Ubierna, de muy alto nivel, por lo que podría esperar cualquier despliegue.
El resultado fue óptimo. Un equilibrio que convenció a los tradicionales y a los que esperábamos su toque brillante. La alegría lo llenó todo y Nacho y Azucena nos hicieron felices mientras ellos lo eran.
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