
Cuando los camareros notan demasiada efervescencia en la mesa piensan: o que pueden acabar muy tarde y que será una mesa incómoda o que si se trata bien a la mesa vendrán copas, postres, puros, cafés, propinas, y una factura mayor que justifique el mejor de los tratos. Si te encuentras en la segunda situación con tus amigos no dudes que estar en un restaurante merece la pena.

En La Favorita encontramos ese trato, esa disponibilidad total para charlar sin cortes, sin límite de tiempo y estando bien servidos hasta el final.
Pero lo más agradable fue que, siendo 4 comensales, compartimos cada plato (con ayuda de las camareras que nos aportaban platos limpios y cubiertos necesarios), y ello hizo que junto al buen vino, la comida fuera especial; de las que se recuerdan, de las que se toman como ejemplo para volverse a juntar. Hablar “del gobierno” mientras compartes una comida sabrosa con tu gente se convierte en “vida condensada”.

Si además la comida está especialmente buena, tan buena como se espera o más, la sensación te lleva a la sonrisa satisfecha. Estamos hablando de un chuletón de buey antológico que no se nos olvidará en varios años.


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