
Las tapas tenían sus carteles con el fin de que los clientes pudieran comer lo premiado y como refrendo del trabajo de cocina durante años. Así, el negocio gana prestigio y también gana un conjunto de trabajos, de tapas que generan negocio.
De esta manera descubrí que los concursos de tapas de Burgos pueden generar ideas interesantes aunque hasta el momento la calidad no haya sido desbordante. Si se promueve un premio y varias personas se ponen a pensar recetas nuevas es posible que lleguen a realizar recetas que se conviertan en tradicionales en varios años.
Es un despilfarro de esfuerzo y talento aceptar un concurso en el que el 80% de los presentados acceden sin interés por ganar. Tiene un resultado cero, escaso, mediocre.
Si surgieran cinco tapas excelentes en cada concurso en 10 años habríamos aportado a nuestra gastronomía unas 100 recetas dignas que mejoren nuestra oferta, nuestro interés, nuestra vida.
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