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En lugares como Burgos es difícil que los turistas y
visitantes dejen de hacer lo que creen que tienen que hacer. Me refiero a que
cuando vienen aquí están deseando encontrar un Burgos medieval, de “comida
tradicional”. Están deseando comer lechazo y están deseando ver la catedral. Y
en realidad se conforman con eso por dos razones: porque es el plan que traen
de casa y porque una vez aquí no encuentran con facilidad más alternativas.
Pero probablemente también es lo mejor que pueden hacer si están unas horas.
Aún recuerdo cómo cuando vino Rodrigo de la Calle y Santiago
Orts a dar una charla en el Museo de la Evolución sobre gastrobotánica se
morían por comer un buen lechazo. Se les hizo tarde y se fueron con ese
recuerdo de lo que no hicieron.
Así es nuestra gastronomía, no hay alternativas si no damos
a nuestros visitantes más de una comida o cena. Si se quedan dos días, entonces
podremos ofrecerles creatividad gastronómica burgalesa. Esa creatividad así, de
momento, sólo se sustenta con los propios burgaleses que necesitan sorpresas en
los platos.
Pero para estas propuestas de asadores al estilo Casa
Cándido, Burgos tiene referencias realmente buenas como es el caso del Mesón
del Cid. Pedro López es un gran cocinero que entiende que su papel en el
restaurante es no defraudar con lo tradicional y poder ofrecer destellos de
novedad a quienes quieran verlos.
Casa Ojeda, Casa Azofra, Puerta Real, Restaurante San
Lorenzo, Rincón de España, La Galería, etc, son, a su manera, exponentes de esa
oferta tradicional en la que hay mucho talento detrás. Son además, los negocios
más importantes que pueden tomar más protagonismo para que nuestro turismo
tenga más alternativas defendiendo su papel entre entidades públicas y
privadas.
… seguimos
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